Autor: José Seguí Pérez. Arquitecto. Premio Nacional de Urbanismo en 1.983 y 1.987.

1-El Paisaje como percepción visual y cultural de las transformaciones urbanas y territoriales.

El presente análisis trata de centrar el concepto del “Paisaje” desde la práctica de la disciplina de la Planificación Urbanística, con el fin de concretar sus valores conceptuales y evitar ciertas confusiones que con frecuencia se produce en el debate disciplinar. Por ello, y con carácter previo, creemos conveniente intentar clarificar su concepción desde la disciplina especifica de la Planificación Urbanística para poder encontrar sus delimitaciones y contenidos, y evitar de esta manera esa especie de “cajón de sastre” en dónde parecen desembocar el conjunto de otras disciplinas que sin una definición clara lo utiliza para justificar exclusivamente limitados intereses disciplinares, al entender el Paisaje desde una lectura inmovilista de la realidad heredada y no como una respuesta “cultural o estética” ante las continuas “mutaciones” que se producen en nuestras ciudades y territorios, tanto en sus escalas urbanas y periurbanas de la ciudad como en sus espacios rurales, diferenciándose necesariamente de los espacios naturales que tendrían una consideración más de carácter “científico” (Fig.1).

Sin embargo, se sigue insistiendo en interpretar estas “mutaciones” urbanísticas como la destrucción del paisaje que en su nostalgia inmovilista de un pasado idealizado se defiende como única mirada estética del mismo, mostrando desde su rechazo a esos nuevos paisajes entrópicos que también se producen en esa “otra ciudad” de nuestras periferias aparentemente “desordenada” o en sus espacios rurales transformados, definiéndolos como el “no paisaje” porque se desconocen sus nuevos ”códigos y miradas” capaces de entenderlas desde las nuevas percepciones que producen sus grandes capacidades de desarrollos. Estas “nuevas miradas” sobre la ciudad en su relación con las nuevas periferias como espacios emergentes antropizados con sus nuevos usos y demandas que producen las grandes infraestructuras que aparecen en la escala territorial, son las que deberían forjar las nuevas percepciones entendiéndolas como “nuevos paisajes”, porque estos llamados “desordenes” también son merecedores de ser considerados como “nuevos órdenes” de esa “otra ciudad” que aporta la diversidad y flexibilidad exigidas por dichas nuevas miradas. Aun así, nunca será concluyente, sino que por el contrario, será reconducida y releída continuamente en una nueva estética del paisaje que es siempre dinámica en sus continuas transformaciones y que deben ser dotadas también de la misma dignidad que lo urbano. Por todo ello, el concepto del Paisaje es difícil reducirlo exclusivamente a un “geosistema” y desde luego más complicado aún limitarlo únicamente a un “ecosistema”, aun reconociendo sus importantes valores científicos , ya que la concreción de los valores socio-culturales del Paisaje entendido desde la Planificación Urbanística no se apoya exclusivamente en dichos principios científicos, sino que su origen se basa en la “percepción visual” que producen dichas transformaciones que se justifican no solo por las diferentes “distancias” y “referencias” con que se orientan nuestras miradas para la captación de una percepción visual, sino también se integran conjuntamente para entender su convivencia entre ellas, al igual que ocurre cuando buscamos con una cámara fotográfica la percepción de aquello que deseamos visualizar y en donde las “distancias” que buscamos entre el objeto y nuestros ojos juegan un importante papel en la percepción visual de lo que intentamos captar, comprender y convivir (Fig 2.2).

Por tanto, reducir el Paisaje exclusivamente a la acción proteccionista que se aplica científicamente al medio natural, sería negarle su legítimo derecho a la evolución estética que requiere en el medio urbano y periurbano de la ciudad ante los nuevos modelos de expresión que aportan sus nuevos y dinámicos desarrollos urbanísticos, evitando la incompatibilidad entre los conceptos paisajísticos y urbanos para poder así ser captados, y “apropiados” por una nueva mirada cultural y social que necesita también comprender el nuevo paisaje que conjuntamente generan estas mutaciones de la ciudad y sus territorios.

2-El Paisaje y la Planificación Urbanística: acción conjunta y transversal.

Por tanto, esta reflexión parte de la consideración y entendimiento del” Paisaje” como percepción visual y cultural necesariamente interdisciplinar, que requiere de esa necesaria transversalidad profesional para poder analizar las transformaciones que se producen en las escalas urbanas y territoriales de la Ciudad a través de la Planificación Urbanística. Podríamos reconocer que el concepto del “Paisaje” tiene su base en la percepción dinámica de estas transformaciones desde el análisis de las “distancias visuales” con que se perciben sus acciones respecto a sus diferentes referencias de visualización. Así mismo de manera muy diferente, en el medio natural se basaría en las leyes de la naturaleza que modifican sus formas y estructuras geográficas a través de sus acciones más científicas de carácter natural, estando todas ellas transversalmente conectadas como demuestra la similitud en las estructuras orgánicas vegetales y topográficas con los resultados formales de las implantaciones de las tramas de las ciudades y sus arquitecturas adaptándose a dichas composiciones orgánicas.

Desde estos planteamientos sobre las diferentes miradas que se perciben de la escala urbana y natural, pero también de sus necesarias transversalidades, se debería evitar percibir el Paisaje exclusivamente como “inspiración” o defensa de la “acomodación” de aquello que ha permanecido estático y que, en consecuencia, se ha intentado apropiar como “espacio” de una cotidianidad que nunca es estática sino necesariamente dinámica, sin que se posibilite ningún otro tipo de acción para la comprensión proyectual del nuevo paisaje que requiere esa compatibilidad entre lo natural y lo cultural (Fig.3).

Esta tendencia del “acomodamiento” de la cotidianidad estática de la realidad heredada, provoca una cierta resistencia a transformar esos espacios que se han apropiado desde sus conceptos inmovilistas, al dejar de entender el paisaje como una percepción dinámica y cultural que se produce en las sucesivas y permanentes transformaciones de los desarrollos históricos de la ciudad por la acción de la Planificación Urbanística, necesariamente diferenciadas con las modificaciones de su realidad natural que científicamente provocan las propias acciones de la naturaleza. Podríamos llegar a la conclusión de que cada percepción del paisaje se convierte en sí misma en un descubrimiento visual, en “miradas ocultas” y siempre incompletas que nos ha llegado precedida históricamente de otras muchas lecturas, que al mismo tiempo también se transformaron en las sucesivas actuaciones dinámicas que las conformaron y que dieron lugar a las “formas y paisajes” que actualmente percibimos desde ese necesario “dinamismo” que se produce el desarrollo de la ciudad, en donde se integran dichas transversalidades desde el análisis de sus estructuras topográficas y geomorfológicas que se superponen a las ordenaciones urbanísticas, y en consecuencia paisajísticas, como dos caras conjuntas de una misma moneda que se integran desde el análisis y acción que nos aporta la teoría y práctica de la disciplina urbanística.

3-Los espacios relacionales: la actividad social que generan los “llenos” y “vacíos” como importante característica del Paisaje.

Cuando visitamos los espacios urbanos de una ciudad, lo primero que percibimos de ella es su realidad física y la actividad urbana que se genera a través de las relaciones sociales que se producen entre sus habitantes. Esta primera visión de la ciudad, está principalmente apoyada en la percepción paisajística y sensorial que son capaces de provocar sus “vacíos” o espacios públicos como generadores de dichas actividades y relaciones colectivas que se han conformado precisamente desde los “llenos” de sus arquitecturas. Esa simbiosis permanente entre “llenos y vacíos”, que definen no sólo la “forma” sino también la “vida” de la ciudad, no es otra cuestión que la inseparable relación existente entre la escala arquitectónica de la “intervención” y la planificación urbanística que la “ordena” previamente, desde cuya acción conjunta y permanente se va estableciendo el “escenario” sobre el que se desarrollan las formas de la ciudad y, en consecuencia, la vida o actividad social de sus habitantes que se constituye en una importante característica del paisaje. Es precisamente en este escenario de “llenos y vacíos”, en el que también se basa la comprensión urbana del paisaje de la ciudad como una “realidad mágica”, es en dónde nos deleitamos y disfrutamos de las emociones que nos producen las actividades colectivas debido a la potente convivencia social que estos “vacíos” o espacios públicos provocan dentro del entramado y dinámico tejido de la ciudad.

Un tejido que nunca será homogéneo y continuo, porque la complejidad de sus relaciones y usos no pueden tampoco serlo, sino fragmentario en sus diferentes partes que se entrelazan por una estructura que los une e hilvana de manera similar al de las piezas textiles de un “edredón” en donde cada pieza es diferente, pero en su “todo” conforman una estructura comprensiva similar a la que se produce en las “estructuras urbanas” de las ciudades. De manera similar podemos observar cómo ocurre también en las geometrías fractales naturales (como por ejemplo las del Parque de Doñana), o las referencias urbanas de los canales que conforman la estructura urbana de Venecia y los paisajes que generan identificando los diferentes espacios de la ciudad apoyándose en sus soportes naturales que le aportan la “forma y estructura” urbana (Fig.4).

 

En este sentido, deberíamos admitir también cómo los elementos “móviles” de la ciudad constituidos por sus habitantes y actividades adquiere un papel primordial en ese “escenario” paisajístico que posibilita tanto sus espacios urbanos como sus arquitecturas que conforman conjuntamente la “escena” en donde se desarrolla la “vida” de la ciudad y su actividad urbana. Y por ello, habría que reconocer que la ciudad no se ha generado exclusivamente por una suma de edificios, sino principalmente por sus capacidades relacionales de “hacer ciudad” que hacen posible entenderla como un espacio de “consenso colectivo”, en donde se hacen posibles la interconexión de las complejas relaciones sociales entre sus habitantes para que puedan actuar en esa “escena” de la ciudad, que se convierte en ese “acto mágico” de emociones y convivencias colectivas que fue siempre, y lo seguirá siendo en un futuro, el principal objetivo de la “razón y ser” de su existencia a través precisamente de sus paisajes urbanos y territoriales que las identifican.

Los ejemplos excepcionales de la magnífica Pza. de San Marcos abriéndose a los canales , la Piazza del Campo en Siena con su plataforma levemente inclinada para su mejor visión de la Torre del Palacio Publico, la Plaza Mayor en Madrid con su magnífico espacio colectivo multifuncional, la Plaza del Cudillero por su adaptación formal a su topografía, la Plaza de las Lanas en Marrakech y su espectacular relación uso-colorido , o finalmente el espacio improvisado frente al Museo Pompidou en Paris que asume el papel de “escena” del propio edificio…, así como otras muchas referencias que conforman los paisajes urbanos de nuestras ciudades identificándolas y diferenciándolas precisamente por esas relaciones paisajísticas de “llenos y vacíos” que se convierten en la base de sus actividades urbanas, y en consecuencia de sus paisajes “identificadores” (Fig.5).

Sin embargo, cuando no aparecen estas “identificaciones paisajísticas” que las escalas conjuntas de la arquitectura y el urbanismo son capaces de crear, se generan los “no lugares” que el usuario de la ciudad no parece percibir, ni entender, ese “escenario” como el adecuado para dicha convivencia, buscando desesperadamente como único refugio las zonas históricas y sus reproducciones manieristas que con cierta torpeza se les ofrece como única alternativa posible. Esta contradictoria y confusa situación nos llevaría a tener que admitir que lo que llamamos “ciudad” no es solamente su percepción material de las “herencias” recibidas , sino que su mayor y principal atractivo estaría en descubrir y hacerles entender la “urbanidad” como una concepción paisajística más dinámica y cercana a su capacidad de simbolización a lo que su propia “fantasía” colectiva reinterpreta en su ansia liberadora de usar, comprender y vivir los nuevos “paisajes” que le proporciona los desarrollos de la Ciudad, que en definitiva se convierten en los principales valores del desarrollo histórico de este excepcional espacio colectivo que es la “ciudad” entendiéndola desde todas sus escalas paisajísticas tanto urbanas como territoriales. Por ello, la necesidad de reencontrar esas lecturas colectivas que buscan los habitantes de la ciudad, nos obliga a definir los nuevos espacios no solo desde las buenas herencias del pasado sino también integrando las condiciones que exige la realidad actual de la ciudad, descubriendo a través de las intervenciones de la Planificación Urbanística las reordenaciones de esos nuevos paisajes periurbanos que requieren ser analizados y entendidos como esas “otras ciudades” que necesitan también encontrar sus nuevas claves de ordenación, y en consecuencia de nuevos paisajes, con instrumentos muy diferenciados a los de la ciudad urbana heredada (Fig.6).

4- Paisaje como “proyecto

Las acciones de “proyectar” el Paisaje no se puede quedar exclusivamente reducido al aislado acto de la “inspiración”, sino más bien en encontrar las claves de su entendimiento dentro del conocimiento y la interpretación de la naturaleza urbanística del mismo. Como anteriormente hemos expuesto, el paisaje como referencia visual es constantemente “mutable” en el tiempo, tanto en la transformación de su medio físico natural a través del continuo “movimiento” de sus ríos, escorrentías, dunas, masas vegetales…, como en la permanente acción humana sobre la ciudad como consecuencia de las intervenciones urbanísticas y arquitectónicas que le han dado históricamente sus “formas” y en consecuencia sus propios paisajes tanto urbanos como periurbanos. Cada visión de estas diversas “capas” o escalas que nos ofrece la percepción del paisaje, es un “descubrimiento” y al mismo tiempo una “revisión” del mismo, ya que nunca se llega a culminar esa búsqueda del resultado final (al contrario de cómo ocurre en el proyecto arquitectónico), produciéndose “dinámicas lecturas” que provocan inmediatamente las necesarias “revisiones” debido a su continua “mutación” urbana y territorial a través de la interacción conjunta de la planificación urbanística y su capacidad propositiva en sus respectivas escalas proyectuales (Fig.7).

Es precisamente desde este nuevo entendimiento de la realidad urbana y territorial en donde se están produciendo actualmente las mayores “mutaciones” en esos paisajes, como en los espacios suburbanos de transición dual “campo-ciudad” que han perdido su carácter rural debido su actividad productiva y relacional que le aportan las nuevas infraestructuras, desapareciendo inevitablemente el dominio de lo rural como lo “no proyectado” dejando para lo urbano como dominio exclusivo de lo que denominamos como “proyectado”. Ambos dominios no escapan de la necesidad de ser “proyectados” entendiendo sus escalas y características diferenciadoras, convirtiéndose en el gran reto del “proyecto” cuando ya el importante desarrollo económico de las grandes infraestructuras de las ciudades han provocado profundas transformaciones en la planificación territorial, pasando del “orden” de la ciudad urbana al “otro orden” de las zonas periféricas de transiciones ciudad-campo, o las áreas rurales con los nuevos cultivos industriales, o las nuevas grandes infraestructuras viarias que también nos aportan la “forma” del nuevo paisaje territorial de esa “otra ciudad”.
Por tanto, nos estamos refiriendo al Paisaje como “proyecto”, o mejor aún al “paisaje proyectado” como acción diferenciadora del paisaje estático natural o vegetal. En este sentido, entendemos que el proyecto del paisaje nace conjuntamente desde la propia transformación urbanística que los produce, integrándolo transversalmente y de manera simultánea como nuevas percepciones que conformarán la realidad de los diferentes paisajes que históricamente se producen en el desarrollo de las ciudades.
La película “Metrópolis” de Fritz Lang, y los actuales desarrollos en New York y Tokio, muestran esos “paisajes proyectados” en donde la transformación de la ciudad se ha originado en base a esa doble escala de la “planificación” y la “arquitectura” que tan expresivamente imaginaba Fritz Lang en su magnífica película como preludio de dichos desarrollos (Fig.8).

En definitiva, estos sucesivos pasos de escala de la “ciudad rural” ligada a la producción agrícola e integrada en su red de caminos, a la “ciudad urbana” con sus crecimientos industriales y urbanizadores dentro de sus propias estructuras, y ahora a la “ciudad territorial” cuya escala sobrepasa dichas delimitaciones por la potencialidad que les aporta la movilidad de las infraestructuras y redes de información, provocan grandes cambios y también nuevos problemas y mutaciones que son necesarios entender para “descubrir” nuevas “miradas” en dichos procesos. Esta permanente transformación de “mezclas y superposiciones” es el síndrome de una nueva situación que va también implícitamente unida a la evolución de la ciudad y a la de sus habitantes con los nuevos espacios y paisajes que se generan, tratando de buscar y resolver en la “ciudad de cada tiempo” sus nuevos “paisajes” en donde justificaron y fueron la razón de ser de este excepcional y eterno espacio colectivo que es la ciudad.
A modo de síntesis, podríamos reconocer que esta nueva acción proyectual de la planificación y sus paisajes podría basarse en dos principios básicos: el “análisis y diagnóstico” de la realidad percibida por el dinámico desarrollo histórico de la ciudad y la concreción de la “acción o proyecto” de su transformación con la comprensión de quien la percibe , analizando sus principales conceptos como podría ser la morfología del lugar (la “piel”), las perspectivas visuales (los “hitos”), las referencias territoriales y urbanas (las nuevas “centralidades”), los bordes del crecimiento (las “periferias”), las piezas estratégicas (los “equipamientos”), las trazas generales (el “modelo”), los espacios colectivos (los “vacíos”), las herencias históricas (las “preexistencias”), las transiciones campo-ciudad (nuevas “urbanidades”), los usos y economías (los espacios ”productivos), las acciones (los ”proyectos”), las estructuras generales (la ”forma”)…, y todo ello dentro de la Planificación Urbanística que le aporta el orden donde las interrelaciones diversificadas se reflejarán en actuaciones puntuales cuyas “causas-efecto”, a modo de “acciones de acupuntura”, se producirán según localizaciones estratégicas de las mismas dentro del tejido que lo soporta (Fig. 9).

A modo de referencias proyectuales exponemos las siguientes reflexiones que complementan los planteamientos “teóricos” expuestos con el fin de clarificar el concepto de lo que denominamos “Paisaje Proyectado”. Como cuestión previa, deberíamos partir de los diferentes orígenes históricos de la concepción espacial del Paisaje, que exige delimitar sus respectivas autonomías para comprender los conceptos teóricos anteriormente expuestos. A modo de síntesis, destacaríamos las primeras percepciones en donde el paisaje adquiere un valor cultural basado históricamente en la concepción de la “Perspectiva” como base visual del “Paisaje”, tal como se plantearon en los dibujos de la “Ciudad Ideal Renacentista”, y también en la pintura como en el cuadro de “La Última Cena” de Leonardo Da Vincci con sus ejes de perspectivas fugadas, “Las Meninas” de Velázquez con el excepcional juego de su visión espacial de los espejos, “Las Perspectivas Imposibles” de Escher, o en la “Jardinería de Versalles” de André Le Notre que en la magnífica película “Un pequeño caos” dirigida por Alan Rickman, la joven jardinera colaboradora Sabine de Barra que desarrolla su propuesta del anfiteatro como un dinámico “caos” dentro del rígido orden de Versalles que le exigía el maestro, planteando superar lo establecido académicamente para encontrar otros ordenes de la naturaleza que le posibilitara una estética menos “euclidiana” y más “fractal”, en términos geométricos, como respuesta a las necesarias transformaciones para los nuevos paisajes que exigía su proyecto (Fig. 10).

Desde estas consideraciones, podríamos afirmar que el “Paisaje proyectado” no es una realidad estática, sino esencialmente dinámica que intenta encontrar “nuevas miradas” para atraparlas y dominarlas mediante su interpretación cultural o artística con el fin de convertirnos en “poseedores de la naturaleza” como decía Paul Valery, y en todo caso un recurso más de las acciones proyectuales de la planificación urbanística que se retroalimenta en la dinámica de sus intervenciones en el espacio y tiempo.
Con el fin de complementar esta reflexión, referenciamos algunos ejemplos desde la experiencia proyectual de la planificación urbanística que nos podrían clarificar este entendimiento del “Proyecto del Paisaje” como percepción visual y cultural desde la propia acción humana, como ocurre por ejemplo en la “escala rural” con los magníficos paisajes de la Toscana originados a través de sencillos principios de conservación de parcelarios y caminos históricos en dónde los “llenos” se convierten en la posición y orden de la “arquitectura vegetal” que conforma su paisaje, o las plantaciones rurales de amapolas en Holanda , los campos rurales andaluces o las campiñas francesas que aportan ese “paisaje transformado” de excepcional belleza (Fig.11).

Todo ello nos puede permitir descubrir su especial dimensión estética basada principalmente en las equidistancias de los vacíos que se conforman en esas percepciones basadas en las “referencias y distancias”, como ocurre en la “escala urbana” con los espacios colectivos (calles, Plazas…) que han originado las intervenciones de sus arquitecturas como cualidad indispensable de la percepción o perspectiva dinámica del Paisaje y sus diferentes “miradas” desde sus diversas distancias, que nunca serán homogéneas sino en todo caso diversas en sus diferentes posiciones de percepción , como en el ejemplo excepcional de las “Calles-Canales” de Venecia, o el “Puente-Calle” en Florencia, la “Calle-Zoco” de Marrakech, o la “Calle-Mercado” en Calcuta, o la “Calle-Neón” en Tokio, o la calle de “los Beatles” de Abbey Road en Londres…, y en donde la “forma” de la ciudad en sus muy diferentes espacios que la estructuran (calles, plazas, bulevares…), conforman precisamente el “paisaje” de la ciudad, de “cada” ciudad, que las deferencia unas de otras por sus propios y particulares “paisajes” consecuencia de sus múltiples percepciones que se producen culturalmente en cada época (Fig. 12).

Y si el Paisaje tiene este fundamento cultural y estético o artístico, tendríamos que reconocer que nunca en la cultura occidental estos conceptos se redujeran al reflejo de una realidad entendida como “inmovilista” sino, por el contrario, fueron siempre percepciones dinámicas precisamente apoyadas en las diferentes “referencias” que generan sus intervenciones, como ha ocurrido en tan modélicos ejemplos que han identificado el referencial “paisaje” histórico de la ciudad a través de los hitos arquitectónicos de sus Torres como referencias paisajísticas en las ciudades de San Gimignano, Pisa, Florencia o Venecia que han conformado sus propias identidades urbanas. Como también ocurre en los paisajes de la ciudad actual destacando esas relaciones que se generan precisamente desde las propias “distancias” que definen la ubicación de las intervenciones arquitectónicas referenciadas como principal base sobre la cual se genera el “paisaje”, en dónde el “vacío” tiene tanta importancia como el “lleno” de los mismos, al igual que ocurre con la música con el necesario “vacío” de los “silencios” existentes entre los sonidos de los “instrumentos” para entender la composición global de la música. Destacar los casos de la Torre Eiffel con Notre Dame, la Torre Agbar con la Sagrada Familia, Manhattan con la Estatua de la Libertad, o las Torres Business de Madrid con su perfil urbano, serían también buenos ejemplos para explicar paisajísticamente estos conceptos del “Paisaje Proyectado” (Fig. 13). 

Esta misma reflexión podríamos obtenerla también en el medio rural , en donde podemos percibir interesantes ejemplos como las estratégicas situaciones de los elementos vegetales en la Toscana, el discutido pero referencial Toro de Osborne en Andalucía, los Faros del Litoral que jalonan nuestras costas marítimas, y otros hitos como la Iglesia de Las Salinas en Cabo de Gata y las Chimeneas de las Ferrerías en Málaga sin cuya presencia no podría reconocerse sus propios “paisajes” que referencian precisamente dichas actuaciones. Incluso podríamos observar cómo las transformaciones populares han conformado “paisajes identificables” del lugar, como ocurre en las actuaciones expositivas de Calle Larios en Málaga, las calles de Neón en Tokio, las calles floreadas del Corpus Christi, los cultivos en “La Geria” en Lanzarote o el Mercado de Alfombras en Teherán que han definido espontáneamente las actividades urbanas y rurales que han originado el paisaje de dichos espacios que hoy reconocemos como tales en nuestras percepciones visuales (Fig. 14).

Y todo ello, lógicamente sin dejar de tener en consideración el importante valor científico que tienen los procesos de “protección” sobre los paisajes naturales que así lo exigen, que requieren también otras escalas de actuación muy diferenciadas a los de la escala urbana o rural que anteriormente exponíamos, y en donde como buena referencia recordaríamos los estudios del color de la vegetación, el análisis cliométrico y visibilidades paisajísticas que se analizan conjuntamente en la propuesta para Garrotxa-Olot (R.Barba, M.Goula y A.Zahonero) pueden suponer una buena justificación sobre lo que aquí planteamos para los espacios naturales (Fig. 15).

5-El análisis del Paisaje en los Planes Generales: experiencias profesionales

La incorporación del análisis del Paisaje en el documento del Plan General se ha convertido en una importante aportación complementaria que posibilita ensayar y justificar sus conceptos y eficacias disciplinares desde la percepción visual que producen. En base a todas las reflexiones teóricas expuestas, trataríamos de exponer algunas experiencias profesionales de Planes Generales desarrollados desde la plataforma profesional de nuestro propio Estudio, donde el concepto del “Paisaje” está integrado transversalmente en los propios desarrollos urbanísticos de nuestras propuestas, al igual que ocurre con la medicina, entendiendo la “piel” de la ciudad y su territorio como un “tejido humano” con similares características que requieren ser ensayadas y delimitadas dentro de la disciplina del Plan General con sus específicas medidas de estrategias generales e intervenciones, como se ha realizado en algunos ejemplos que exponemos a continuación con el fin de clarificar los objetivos del tratamiento del “Paisaje” dentro del propio documento del Plan General. En el caso de Puerto Real (1.997) se trataba de “girar” o “asomar” la ciudad hacia el litoral de la Bahía de Cádiz evitando su histórica trasera y reconvertirla en fachada urbana a su frente marítimo como principal paisaje de la ciudad, y cuyas actuaciones estratégicas se diseñaban para tal fin a modo de acciones de “acupuntura” dirigidas a obtener dichos objetivos. En el Plan General de Ronda (1.988) se desarrolla aún más este sistema de acciones estratégicas sobre el tejido de la ciudad, que tendrá sus especiales características en el doble perfil de su desarrollo paisajístico tanto horizontal (topografía), como de su paisaje vertical (el Tajo), garantizando mediante adecuadas actuaciones la visualización conjunta de todas ellas en el propio documento del Plan, con el fin de “ensayar” sus resultados sobre el propio Paisaje de la ciudad, mediante un análisis “dibujado” ante la dificultad de solucionar cartografías horizontales y verticales que exigía concretar con “dibujos” aquellos “paisajes” a proponer en esta importante Cornisa del Tajo de la Ciudad de Ronda (Fig. 16).

El Plan General de Antequera (1.987), se trata de un trabajo urbanístico de gran interés paisajístico por cuanto la ciudad se origina precisamente en el “lugar” que define la salida del sol en los solsticios de verano desde la llamada Peña de los Enamorados”, o del “Yacente” como la denominan los mayores, o del “indio” como lo perciben los niños en sus diferentes “miradas” que produce su potente referencia paisajística. La imagen de la “Peña” se convierte en la referencia de ese “nacimiento” de la ciudad a través del rayo solar que se llega a situarla en el fondo del altar sagrado del monumento megalítico de los Dólmenes de Menga. Ese rayo de sol señala el “lugar” de la ciudad y por tanto su permanente referencia tanto en su paisaje como en el futuro desarrollo de la ciudad, definiendo no sólo la posición de la ciudad sino la directriz de todas sus infraestructuras en la charnela entre el Valle y la Sierra (Fig. 17).

Así mismo podríamos referenciar el documento urbanístico del Plan Especial de La Alhambra (1.987), que se conforma como uno de los más importantes monumentos de la arquitectura árabe en España en cuanto a su capacidad relacional de “llenos” (arquitecturas) con los “vacíos” (espacios urbanos) que genera. El Plan Especial como documento de Planificación Urbanística, llegaba a contemplar la relación paisajística no sólo con la ciudad a escala urbana, sino también territorial con Sierra Nevada y la Vega como elementos básicos de su paisaje referencial en sus diversas escalas urbanas (con la Ciudad de Granada) y territoriales (con Sierra Nevada). Todo ello, obligaba a integrar la acción de la planificación con sus propios paisajes que generaban, requiriendo un análisis y conocimiento espacial en todas sus escalas proyectuales mediante la concreción de sus posicionamientos en la planimetría, convirtiéndose en su más especial característica para poder llegar a entender no solo su ordenación y paisaje, sino también importantes aspectos complementarios como la Luz, el Agua, los Sonidos…, que también se incorporan como importantes elementos de su identificación “sensorial” como elementos complementarios del paisaje que se percibe (Fig. 18).

El “lugar” y su “arquitectura” se doblegan a estos elementos sensoriales en donde el “paisaje” es su principal base compositiva. En el caso de La Alhambra su excelente sistema hidráulico de más de 6 km. de longitud, que abastecían fuentes y estanques entrelazados en una red hidrodinámica que recogía el agua de Sierra Nevada y las canalizaba hasta el río Darro, logran dominar la estanqueidad de sus láminas de agua para reflejar la arquitectura circundante del Patio de los Leones, Partal y Palacio Comares, y también el dinamismo de sus cascadas para generar sonidos y ritmo en las fuentes del Generalife y sus Escaleras de Agua cuando así lo requieren, conformando su más importante característica paisajística que se genera en el conjunto de los “vacíos” que conforman la arquitectura (Fig. 19).

De esta manera, hemos entendido en nuestros trabajos que “el lugar” de la ciudad se convierte en una constante en el análisis urbanístico para descubrir la “razón” y “ser” del Paisaje, al igual que ocurre con el “diván” de un psiquiatra en su proceso de psicoanálisis. La topografía adquiere un valor de visualización paisajística que nos obliga a trabajar desde su realidad física para entender el “lugar” y en consecuencia el paisaje de la ciudad, como así se realiza en el Plan General de Granada (1.994) incorporando como referencia el tratamiento de esa “otra ciudad” de su Vega que requiere ser “proyectada” con diferentes instrumentos urbanísticos de la ciudad urbana, en donde sus parámetros se plantean desde el parcelario y caminos existentes dibujados tal como se especifican en las “viñetas” que actúan a modo de referencias de actuación y no con normativas clásicas de la ciudad urbana cuyos instrumentos son incapaces de solucionar los problemas urbanísticos y paisajísticos de este tipo de suelos (Fig. 20).

Por tanto, la importancia del “dibujo” en los análisis del Paisaje dentro de los documentos urbanísticos ha sido una permanente metodología en todas estas referencias. Este método atiende a la necesidad de traducir en imágenes aquello que deseamos se produzca para controlar no solo los procesos de transformación de la ciudad y los paisajes que generan sino también, y al mismo tiempo, poder trasladar al ciudadano en los procesos de “participaciones públicas” aquello que en su imaginación necesitan comprender para lograr los importantes objetivos de hacer viables las ideas que requieren estos procesos abiertos de la planificación urbanística y sus análisis de Paisaje.

Sirvan estas “reflexiones y referencias” para aproximar y centrar el contenido conceptual del “Paisaje” precisamente desde la propia acción de la Planificación Urbanística y sus capacidades de intervención en las escalas urbanas y territoriales de la ciudad, que se convierten en idóneos documentos para incorporar transversalmente el análisis del Paisaje en el desarrollo de los trabajos del documento del Plan General, como ocurre en nuestras últimas referencias desarrolladas en algunas experiencias de Planes Generales como el de Málaga (1.983), Córdoba (1.997), Ordenación del Río Guadalmedina en Málaga (primer premio 2012), o el PGOU de La Línea de la Concepción (2.018), cuyos objetivos de integrar ese “paisaje proyectado” de manera interdisciplinar y transversal en los procesos de la Planificación Urbanística se planteaban como un necesario análisis de “comprobación espacial” del conjunto de sus estrategias y acciones, encontrando de esta manera el significado del Paisaje dentro del propio desarrollo de la Planificación Urbanística de la Ciudad y su Territorio.

José Seguí Pérez. Arquitecto.

Premio Nacional de Urbanismo en 1.983 y 1.987.