(Artículo publicado el día 22/09/2023 por el periódico SUR)

LA ESTETICA DE LA “SOSTENIBILIDAD”

En el último libro póstumo de Umberto Eco, “De la estupidez a la locura”, refleja una sociedad mediatizada por la confusa vacuidad de la comunicación digital en un mundo que se “vuelve terrible por nuestro loco intento de interpretarlo como si tuviera una verdad subyacente”. En el caso del concepto de la “sostenibilidad urbana”, al igual que otros muchos tan prodigados mediáticamente, es un claro ejemplo de esa interpretación que presentada bajo una cierta estética intenta blanquear unos interesados objetivos un tanto politizados, y también económicos como siempre acompañan a estas acciones, provocando en la imaginaría colectiva un producto de mercado que adquiere un valor ideológico más preocupado por obtener sus propias rentabilidades que una rigorosa eficacia en el medio en donde se aplica. De esta manera, se acuña “lo sostenible” con una determinada estética para conseguir la aceptación exigida a través de innumerables normas y reglamentos, como ocurría en la década de los 80 en cualquier promoción inmobiliaria que se publicitaba con sus zonas verdes, aunque se establecieran en suelos intersticiales e inconexos con unas características que se basaban exclusivamente en cumplir datos numéricos de las normativas urbanísticas.

Actualmente, observamos como la arquitectura asume este concepto de “lo verde” planteando edificios “forrados” de vegetación que surgen de sus fachadas o cubiertas, sin tener en consideración el enorme gasto de agua que ello supone y las dificultades tanto físicas como económicas de sus mantenimientos. Al igual que el cierto rechazo que se produce a la edificación en altura, a pesar de su menor ocupación y consumo de suelo que las extensiones unifamiliares que siguen generando mayores costos de infraestructuras y movilidad, provocando una mayor lejanía con los servicios y dificultando su sostenibilidad física y económica. El caso de Benidorm con las esbeltas alturas de sus edificaciones permitiendo la transparencia entre ellas, o las Torres de Guadalmar en Torremolinos son buenas referencias sostenibles para un turismo de masa cuyo skyline no provoca negatividad en su paisaje por la visión contrapuesta que genera en el mismo, como muy al contrario ocurre con las torres “acosadas” de la Malagueta cuyas ocupaciones agotan el espacio sobre el que se ubican sin dejar respirar ese “vacío” sobre el que se apoyan.

Si analizamos el concepto de la “sostenibilidad” como la “habitabilidad” requerida históricamente en las ciudades y sus arquitecturas, en donde la vegetación tenía su capacidad de conformar los “vacíos” de la ciudad, y la arquitectura que como “llenos” se integraba en dicha estructura facilitando su funcionalidad urbana con medidas pasivas de acondicionamiento, entenderíamos que ese concepto es tan antiguo como la propia humanidad que se protegía de los agentes externos en sus propios hábitats, o la arquitectura popular con sus dimensiones de huecos diferenciando las distintas orientaciones que favorecían las condiciones climáticas de sus también diferentes fachadas, o los patios como elementos pasivos de control térmico en contraposición con las costosas climatizaciones activas, y como no los “parrales” y “ramblas” como inmejorables refugios climáticos de sus espacios exteriores.

Podríamos llegar a la conclusión que el concepto de lo “sostenible” (o habitable) en la ciudad no está tanto en los tratamientos estéticos ajardinados de carácter aislado o inconexos, sino en su capacidad estructurante para potenciar también la formalización de la ciudad. En ese sentido, la idea de los “anillos verdes” podrían jugar un importante papel para aportar la necesaria continuidad espacial que requiere la “malla verde” urbana, así como los “refugios climáticos” que estratégicamente situadas en puntos de concentración colectiva podrían completar un sistema de “lo verde”, en donde el árbol puede adquirir no sólo un valor contemplativo sino también de excelente protección climática. Estas alineaciones estructurantes de las masas arbóreas de la ciudad rellenando en el tiempo sus “vacíos”, reducirían considerablemente la temperatura ambiental absorbiendo CO2 y creando una transpiración a través del vapor de agua de su masa vegetal, con mayor efectividad climática que los excesivos diseños con elementos físicos y plataformas duras de altos costos económicos y menores eficacias en sus objetivos, como sucede por ejemplo con el Campus de nuestra Universidad que es incapaz de referenciar sus arquitecturas con su compleja ordenación y los espacios inhóspitos que genera.

Partiendo de estos planteamientos se podrían también resolver algunos problemas de mayor escala en nuestra ciudad, como el cauce urbano del Rio Guadalmedina que mediante blandas y económicas actuaciones de adecuación de sus laderas a las cotas perimetrales acercaría su cauce al uso ciudadano convirtiéndolo en el mayor y más importante Parque Lineal de la ciudad, o en el caso del Monte Gibralfaro que siguiendo las acertadas directrices de adecuación del magnífico Parque del Morlaco podría conformar junto con el Frente Litoral los tres más importantes espacios que caracterizan la imagen de nuestra ciudad. Y como no, las actuaciones en la red viaria de calles, plazas, avenidas, superficies de aparcamientos, espacios residuales desnaturalizados…, cuya imagen urbana cambiaria sustancialmente con un eficaz y económico proceso de plantación de arboleda como necesarias primeras fases de adecuación, previamente a cualquier otra intervención. Medidas simples y de bajos costos, como cumplir con el objetivo de “un árbol por habitante”, ayudaría a mejorar y hacer mas “habitable” (o sostenible) la ciudad existente y también sus futuras extensiones. De esta manera, se podría completar no solo la ejecución de los “llenos” de las arquitecturas con las necesarias medidas pasivas integradas en sus diseños, sino también los “vacíos” que las referencian y estructuran mediante plantaciones arbóreas previas para que el tiempo las conforme en una acción estructurante conjunta e inseparable.

José Seguí Pérez.

Arquitecto