Artículo: José Seguí Pérez
Publicado: Periódico SUR (Málaga), 12 de mayo de 2020
Podríamos entender que la pandemia del “coronavirus” más que una crisis coyuntural va a provocar un auténtico cambio de ciclo que modificará sustancialmente nuestra sociedad, y en consecuencia también la manera de entender y usar la ciudad. Estos cambios de ciclo se han producido periódicamente cada cien años en la humanidad, al igual que la última guerra mundial del pasado siglo u otros acontecimientos históricos anteriores, produciendo cíclicamente importantes transformaciones en las ciudades como consecuencia de dichos acontecimientos. Por ello, son momentos que requieren esfuerzos excepcionales capaces de encontrar diferenciadas soluciones para responder a las nuevas cuestiones que nos va a demandar esta compleja situación con la que comenzamos ahora a enfrentarnos.
Con respecto al espacio de la ciudad también se modificarán algunos conceptos de su urbanidad, lo cual nos obligará a revisar en profundidad nuestros planteamientos profesionales para poder afrontar sus nuevos problemas. No se trata de negar las cualidades urbanas que la han caracterizado históricamente, pero no creo que logremos superar los nuevos problemas repitiendo las viejas acciones que motivaron sus actuales deficiencias. Partiendo del reconocimiento de la Ciudad como ese espacio único e indiscutible en donde se produce la mayor interacción humana que perdura en el tiempo a través de sus muchas transformaciones, podríamos afirmar que la alternativa a la ciudad seguirá siendo la Ciudad como espacio de convivencia colectiva y de oportunidades de progreso.
Las posibles previsiones de que a mediados del presente siglo más del 70 % de la población mundial residirá en las ciudades, provocará un aumento considerable de la presión sobre sus actuales estructuras urbanas y sobre los propios ecosistemas. Los problemas climáticos y la creciente concentración humana por los flujos migratorios formarán parte de nuestros cotidianos problemas futuros, y en consecuencia la salubridad emergerá como un concepto sustancial e incuestionable también de su urbanidad, y no solo exclusivamente de su condición asistencial. La era digital y las plataformas globales que generarán las inteligencias artificiales modificarán profundamente los sistemas de intercambios sociales, comerciales y científicos. Todo ello, requerirá nuevos procesos técnicos, económicos y organizativos que solucionen ese necesario equilibrio de la sostenibilidad del sistema urbano y territorial de la ciudad.
Quizás los actuales actos administrativos de la ordenación urbanística, basados en gran medida en ineficaces normativas y abstractos estándares numéricos, van a requerir profundas revisiones para concretar alternativas que cualifiquen su urbanidad y disminuyan el desorden de su expansividad. La exigencia de un menor consumo de suelo y unas adecuadas densidades capaces de generar la tensión que requiere su actividad urbana será uno de los aspectos a considerar para evitar la “no ciudad” de nuestras periferias, amortiguando también los excesivos desplazamientos por las distancias y tiempos que provocan esas expansiones. La movilidad del transporte público y un mayor control del coche privado, nos puede propiciar un sistema peatonal entendido más como “estructura activa” de la ciudad que como espacio pasivo aislado. Todo ello pasaría por integrar los sistemas viarios rodados en un modelo de “peatonalización activa”, invirtiendo el orden de la compatibilidad preferente entre ambos en donde el uso predominante sea el peatonal con su transporte público para la organización interna de los diferentes barrios o “ciudades”, y el rodado como el compatible que los integraría en la estructura general de la Ciudad.
Conformar esta estructura peatonal activa, como antaño la tuvo casi en exclusiva la red viaria, y ordenar las diversas “ciudades” que hay dentro de la Ciudad que requieren ser reconocidas con sus particulares condiciones de organización y convivencia sería un importante objetivo urbano. Desde esta nueva base estructural, mestiza e integrada , podrían producirse las proximidades que requieren tanto los equipamientos dotacionales y los hospitalarios o científicos como base de las futuras inversiones públicas y grandes ”imanes” de la actividad urbana , como el uso residencial con nuevas propuestas más adaptadas a los actuales modelos familiares que requieren costos más adecuados a su posibilidad de adquisición mediante sistemas de financiación basados principalmente en el régimen de alquileres.
En definitiva, se trataría de encontrar esa “otra” ciudad con la suficiente capacidad para resolver los problemas que nos plantea este nuevo ciclo, reconduciendo e innovando sus procesos de desarrollo desde la urbanidad que históricamente le ha servido al ser humano como el más adecuado espacio para interconectarse y convivir colectivamente.
Jose Seguí Pérez.
Arquitecto