El valor de los Cascos Históricos para la cultura arquitectónica y urbanística actual sigue estando en su capacidad de adaptación a los cambios y al devenir del desarrollo de la ciudad, que no es otra cosa que su capacidad de modernidad y de futuro que los mismos sean capaces de proyectar. El pensamiento profesional encuentra su madurez al enfrentarse al Casco Histórico entendiendo sus relaciones y semejanzas con la ciudad, y no sus aparentes antagonismos, recogiendo las ventajas de la mejor urbanidad que la caracteriza. En este sentido, es bien cierto que la intervención arquitectónica en nuestros edificios históricos se ha desarrollado en uno de los más importantes debates profesionales de estos últimos años. Sin embargo, la enorme ambigüedad del propio concepto de la “intervención”, impide encontrar una adecuada referencia que clasifique el significado de la intervención arquitectónica y de los objetivos de la actuación sobre los valores que denominamos de lo “viejo” y de lo “nuevo”.
Valoración de la arquitectura y de las intervenciones urbanas
El valor de los Cascos Históricos para la cultura arquitectónica y urbanística actual sigue estando en su capacidad de adaptación a los cambios y al devenir del desarrollo de la ciudad, que no es otra cosa que su capacidad de modernidad y de futuro que los mismos sean capaces de proyectar. El pensamiento profesional encuentra su madurez al enfrentarse al Casco Histórico entendiendo sus relaciones y semejanzas con la ciudad, y no sus aparentes antagonismos, recogiendo las ventajas de la mejor urbanidad que la caracteriza. En este sentido, es bien cierto que la intervención arquitectónica en nuestros edificios históricos se ha desarrollado en uno de los más importantes debates profesionales de estos últimos años. Sin embargo, la enorme ambigüedad del propio concepto de la “intervención”, impide encontrar una adecuada referencia que clasifique el significado de la intervención arquitectónica y de los objetivos de la actuación sobre los valores que denominamos de lo “viejo” y de lo “nuevo”.
La conciencia histórica del pasado y presente, y su correspondiente valoración en cuanto a las intervenciones urbanas y a la producción de la ciudad, habría que buscarlas precisamente a partir de la nueva manera de intervenir que se origina en el Renacimiento. Es a partir de este momento cuando se plantea la actuación arquitectónica e intervención urbana desde la propia valoración crítica de la trama urbana existente, con el principal objetivo de integrar y asumir el pasado urbano desde una propuesta unitaria de proyecto de ciudad, sin que el problema de esta integración se reduzca a la fiel o estática interpretación historicista de dicho pasado urbano, sino por el contrario que adquiera su propia lógica dentro del congruencia interna del futuro proyecto de ciudad al que obedece los principales objetivos de su intervención.
Parece que ya no hay dudas, ni grandes discrepancias, sobre la necesidad de entender la intervención en la ciudad histórica en congruencia con las estructuras preexistentes. Lo que sin embargo está menos claro en la práctica habitual- y por eso ha de ser objeto de explicación en cada intervención – es cual debe ser la relación entre la intervención (lo nuevo) y el espacio y las preexistencias (lo viejo). El problema de la integración de lo “nuevo” y lo “histórico” ni puede reducirse hoy al fiel respeto de lo existente, ni refugiarse en la impremeditación e inconsistencia de lo caprichoso; más bien convendría buscar la lógica de cada intervención en lo “unitario” del proyecto de ciudad que ha de alentarlas y justificarlas.
Así pues, es evidente que esta nueva consideración de la intervención arquitectónica como concepto “integrador y rehabilitador” aparece precisamente en el momento que se produce un a conciencia de la historia, una evidencia en las condiciones establecidas en el pasado son diferente a las presente y que por tanto la intervención tiene que asumirlas en un proyecto de futuro. De esta manera, el objetivo principal de la intervención sobre la realidad construida, debería tener como principal objetivo el de unificar el espacio de la ciudad convirtiendo la práctica de la arquitectura en un adecuado instrumento de intervención que tenga en si misma su propia coherencia y unos concretos objetivos por “construir la ciudad”, asumiendo las diversas estructuras existentes en un proyecto de ciudad que ha de tener su propia unidad o modelo que la integre.
Es desde ese nivel, desde el que podríamos reclamar la intervención y la rehabilitación urbana como métodos de trabajo, evitando así que los Centros Históricos se conviertan en nuevas “periferias” de nuestras ciudades (invirtiéndose los “papeles” de las relaciones centro-periferia) al perder la “modernidad y pluralidad” sobre la que fueron concebidos en su origen histórico. En este sentido, este planteamiento puede ser, y debe ser, una buena metodología de intervención y gestión en el análisis global de la ciudad y en la recuperación del papel que el patrimonio del Centro Histórico debe jugar en dicho proyecto unitario de ciudad. La cualificación de su realidad social deberá ser la clave fundamental hacia la que debería moverse la legitimación de la intervención y rehabilitación de nuestros Cascos Históricos y su Patrimonio: la recuperación de su “modernidad” cultural y la “pluralidad” del conjunto de sus funciones, recuperando el valor de disfrute de los Centros históricos dotándolos de capacidades de futuro y bienestar al igual que lo tiene la ciudad consolidada.